Las tempestades que se enredan en tu figura.
El huracán que impulsa tu melodía.
El fuego abrasador que siempre termina en tu risa.
La luz que de tus lágrimas sale y todo lo fulmina.
Las olas que ya no se mueven por la luna,
porque sólo hacen caso cuándo tú las llamas.
El viento que a tu lado me arrastra.
Y yo ya lo sabía,
pero me costó un universo entenderlo.
Y era mágico.
Volábamos impulsados por el aire
que se escapaba de mi respiración entrecortada.
Nadábamos en un mar rosa y delirante.
Bebíamos de la lluvia como colofón.
Subíamos a montañas hechas de melocotón.
Era único.
Bailar con los ojos,
iluminarlo todo con sonrisas.
Y te juro que lo sabía,
pero aún así me costó un universo entenderlo.
Porque la vida sigue más allá de tu silueta.
Porque el amor es inacabable e inmensurable.
Porque el agua también es bella cuando está calmada.
Porque se puede volar sin tener que interrumpir a los
instrumentos.
Porque nada de eso iba a durar.
Y me costó un universo entender que eras voluble.
Que nadie podía controlarte ni atarte.
Que tu fuerza era tu debilidad y te acabarías consumiendo.
Me costó un universo entenderlo
y cuando lo hice ya era tarde.
Ahora sólo me queda el recuerdo,
que creí mío y no es de nadie.
Ahora sólo me queda tu cuerpo de madera
y en la otra mano tus cuerdas rotas.
Te has convertido en un ser inanimado
y todo por mi ímpetu.
Has dejado de ser mi compañera de aventuras
y aunque ya lo sabía,
guitarra mía,
me costó un universo entenderlo.