domingo, 6 de noviembre de 2016

Te voy a querer.

Hasta que la luz más intensa sea sólo un destello. Hasta que el lamento más amargo parezca una risa dichosa. Hasta que sólo te queden las sombras y los ecos para suplicarles piedad. Hasta que hagas temblar cada piedra de cada muralla que ha sido construida. Hasta que la devastación sea un hecho y te desgarres por completo. Hasta entonces, te voy a querer.

Hasta cuando el infierno se refleje en tus ojos y todos tus demonios te hagan gritar y causar terror. Hasta cuando los dioses te den la espalda y te abandonen a tu suerte. Hasta cuando el peso de la culpa te aplaste por completo y prácticamente no quede nada de ti. Hasta cuando provoques que mis manos rueguen clemencia. Hasta cuando causes tormentas y me hagas naufragar. Hasta cuando me maldigas durante eones seguidos. Hasta entonces, te voy a querer.

Hasta que todo en nosotros sea decadencia y vejez. Hasta que el día sea noche y la noche día. Hasta que nos queme el sol y la luna revele nuestro verdadero ser. Hasta que confundamos amor con locura, deseo con rabia y necesidad con felicidad. Hasta envolverte por completo, hasta hacerte sufrir. Hasta que nuestros envoltorios corpóreos mueran. Hasta que no quede nada de nosotros. Hasta entonces, te voy a querer.

Te querré tanto que haré que todo en ti se tambalee. Te querré tanto que no habrá nada, ni en este mundo ni en ninguno, que rompa todo lo que hemos construido. Te querré tanto que arrasaré todo lo que somos para transformarnos en otra cosa. Te querré tanto que, si llegaras a olvidarlo todo, a no saber quién eres, quién soy, quién fuimos, aún entonces, tendrás claro que te quiero.

Y necesito que sepas todo esto, que lo recuerdes, porque me voy. Amor, te quiero, pero me voy. Esta noche cuando vuelvas yo ya no estaré. Ya no, nunca más. No estoy huyendo, jamás huiría de ti, sólo me voy. No me he cansado, no te odio, no te detesto, no quiero alejarme. Pero me voy. Y sé que llevas observándome mucho tiempo. Confundido, ansioso, incapaz. Sé que lo intuías, que ya lo sabías. Y me voy, tengo que irme. Estaré bien, podré vivir sin la mitad de mi corazón, sin la mitad de mi alma, sé que podré. Y por eso me voy. No hay vuelta atrás, ya lo sabes. Me he ido alejando cada vez más hasta que hoy, inevitablemente, me voy.

Amor, ya me he ido. Te quiero, pero ya no estoy. No me busques porque no vas a encontrarme. Esto no es una despedida, nunca podremos despedirnos el uno del otro, pero ya me he ido. Entiéndeme, lo necesitaba. Y ya no estoy. Me pregunto si te veré en mi camino, si nos cruzaremos alguna vez, si sospechas a dónde he ido. Y ya no puedo llorar más, he construido mi camino con lágrimas y ya viajo rauda por ellas. Porque, por si no te has dado cuenta, ya me he ido. Me impulsan tus promesas y mis deseos, los sueños y el futuro. Y ya me he ido porque tú creíste en mí, me diste las alas, la ruta y el destino.

Y si no podía respirar no era por ti. Si me estaba marchitando y muriendo, jamás fue por ti. Pero, aun así, me alejo. Amor, me alejo tanto. Te quiero, siempre lo haré, pero me alejo. La jaula me aprisionaba tanto, incluso aunque la compartiera contigo. Y me alejo. Como siempre temí, como siempre añoré. 

Y, recuerda, hasta creerte muerto y amarte de nuevo… Te voy a querer.

jueves, 30 de junio de 2016

Estoy asustada, aunque tú deberías estarlo más.

Antes dolía. Me rompía entera, me preguntaba qué hacía mal, por qué no era lo que tú querías que fuera, qué estaba mal en mí. Antes me lamentaba durante horas por hacerte enfadar, porque yo era la mala, la que lo hacía todo de forma incorrecta, aquella a quien era normal detestar. Antes yo era un sentimiento de culpa andante. 
Ahora. Ahora no hay culpa, no hay lágrimas, no hay lamentos. Ahora sólo hay odio, rabia, ira. Sigue habiendo dolor por lo que podría haber sido, pero ahora sé que no es por mí, que la culpable eres tú. Tú y tu amargura que proyectas en mí. Tú y tus ganas de volver a empezar, de ser joven, de tener toda la vida por delante, todo eso que envidias que yo tenga.
Y me asusta. Me asusta este odio, esta violencia que siento dentro, estas ganas de hacértelo pagar. Te maldigo y no es suficiente. Te imagino muerta, a mis manos, y es lo único que me calma. Deberías estar temblando, pero en vez de eso gritas más, me insultas, intentas hacerme pequeña delante de otros y consigues avivar más el fuego que yo no sé si podré seguir controlando. Me cuesta tanto pensar con claridad, recordar las razones por las que te quería. Y no puedo, estoy empezando a olvidar si alguna vez te quise. Ahora sólo hay odio, odio, odio. Te odio con todo lo que tengo, con todo lo que soy. Cuando estás delante, aunque no hables, aunque no me mires, sólo siento odio, desprecio, asco, rabia. Todo el sufrimiento pasado me quema entera, recorre mis venas, consume mi sangre, hace que dude si podré mantener el control, provoca que cada vez esté más cerca de romperme.
Y en el silencio, en la ausencia de tus gritos, en mi refugio, sólo puedo sentir las cicatrices que han dejado tus cadenas en mi piel. Cuando salgo, cuando me alejo, eres como una sombra que siempre está ahí. Me sigues allá donde voy, me haces sentir pequeña, que no valgo, que no sirvo. 
Y deberías estar asustada, atemorizada. Deberías ser capaz de ver el odio de mis ojos, el desprecio de mis labios, el temblor de mis manos que, por ahora, he conseguido contener. Deberías estar tan asustada…

sábado, 18 de junio de 2016

Tú siempre has sido la sensación constante de no saber qué hacer.

Y eso no me gustaba, lo detestaba tanto. Quizá por eso no funcionó.
No sé por qué he vuelto a recordarte. Por qué he vuelto a rebuscar en el pasado y a sacarte de esa habitación que cierro con llave cada día. Quizá porque fuiste lo más real que tuve, lo más cercano a la normalidad. Y así, de vez en cuando, baja de defensas y necesitada de una de esas miradas de eres-lo-único-que-quiero-para-ser-feliz y una de esas caricias de te-necesito-te-necesito-te-necesito, pienso en ti. Pienso en aquella noche, aunque ya no tenga sentido. En las cosas que dije y en cómo me mirabas. Pero sobre todo pienso en las cosas que no dije, en tu deseo acallado a base de frialdad, en la nada absoluta que se instaló en el hueco vacío donde según la biología debería estar mi corazón. 
Viéndolo ahora y contando con la perspectiva de los años, se me hace evidente todo lo que no pude ver entonces sólo por el hecho de ser yo la que estaba en ese momento contigo, por estar tan dañada. En ese instante no te vi, ni a ti ni al daño que yo dejaba tras de mí. Tampoco creo que tú me vieras más allá de mis palabras, cuando ya deberías haber aprendido tras tanto tiempo que a mí no hay que hacerme caso por lo que digo sino por lo que callo. 
No sé por qué estoy pensando en todo esto. Porque aquella noche ya no existe, ni esa cama, ni esa invitación. Ni siquiera existe ya Berlín, incluso Madrid y sus paseos interminables hasta perdernos se han esfumado, llevándose consigo todas las fotografías borrosas que nos hicimos.
Y ahora, tan de noche, tan sola, tan nostálgica y tan vacía, preferiría no tener que hablar. Ya sabes que no siempre ha sido así, con lo que me gustaba a mí divagar. Pues ahora no quiero, ahora es diferente. Preferiría no pensar demasiado, sí, has oído bien, yo sin pensar cada opción mil veces por segundo. Pero aunque lo prefiera lo sigo haciendo, en eso no puedo cambiar. Incluso, renunciando a todo, lo que más quiero ahora es que vengas a verme, que me ilumines de nuevo, que me hagas sentir especial. Túmbate a mi lado, como antes. Ignora mis quejas, no dejes que pronuncie una sola palabra o lo estropearé todo de nuevo. Habla tú, enséñame a no pensar, pónmelo fácil. Por favor, déjame continuar donde lo dejamos, aunque de eso hayan pasado eones, aunque ya ni me recuerdes y lo que para mí fue un mundo para ti sólo fue una decepción.
No sé por qué has aparecido en mis pensamientos de nuevo, por qué he tenido que desenterrarte a estas alturas. Será, tal vez, porque con el tiempo he aprendido a mirar, a darme cuenta de lo que pasó. Será porque me da pena, vergüenza y rabia recordarme así. Será porque, de pronto, me he dado cuenta que odio recordarte muerto.

lunes, 13 de junio de 2016

Mira en lo que me has convertido.

A veces, las cosas más pequeñas, son las que terminan por romperme. El pensar que yo amo de forma tan intensa, tan devastadora, y que nadie me amará a mí de la misma forma, ni comprenderá nunca lo que soy ni quien soy. Y entonces me miro, con este cuerpo, con esta cara, con este carácter y estas manías. Cómo puedo esperar que alguien me quiera si no me quiero ni yo.
Alguien decidió no quererme hace mucho tiempo. No fue de forma consciente, ya lo sé, supongo que si se hubiera dado cuenta le hubiera puesto remedio, porque le importo, eso lo sé. Pero importar no es lo mismo que querer, cuidar no es amar. Y yo no necesito que me cuiden, ni que me protejan, eso puedo hacerlo yo sola. Necesito que me quieran, necesito que me demuestren que se puede amar a alguien como yo.
Y diría que después de tantos años ya lo he superado, diría que yo misma soy la que dice que no quiere que la quieran de esa forma, que no lo necesito, que yo no. Diría que no me duele que no me quiera esa persona que decidió totalmente inconsciente y cruel que no quería quererme, incluso antes de conocerme. Diría que ese sabor amargo en mi boca, ese sabor a hiel, a odio, a rabia, ni siquiera es por esto. Que ya ha pasado, que no puede volver a dolerme. Diría que esta frialdad en mi piel, ese dolor cada vez que alguien me toca, ese no-te-acerques-más-que-me-colapso, no tiene nada que ver con esto. Diría que el que yo no me haya reído de verdad, con ese tipo de risa que es una carcajada llena de júbilo, con la boca abierta, sin pensar en nada, simplemente disfrutando de la risa, no guarda relación contigo. Que esto es totalmente verdad, que no me la has arrebatado tras repetirme hasta la saciedad lo poco que te gusta mi risa. Diría que ya no lloro por nadie, que me he hartado de que me hagan daño y he conseguido ser más dura, que contigo no hago trasgresiones hasta con eso. Diría que la razón de que mis labios estén secos siempre, que me calle por miedo a decir demasiado, no tiene nada que ver contigo. Diría que yo jamás necesito un abrazo desesperadamente, que no quiero sentir como alguien me quiere de tal manera como para abrazarme y no dejarme escapar nunca. Diría tantas cosas y ninguna sería cierta.
Y si pudiera elegir, si me dejaran, a estas alturas creo que elegiría apartarte de mí. Aunque eso me rompiese del todo, aunque no hubiera nada en el mundo que me doliese más. Porque creo que no voy a poder ser feliz si sigues aquí, me estás desmenuzando, rasgando de tal manera que al final no va a quedar nada. Y lo peor es que eres a la única a la que le he dicho te necesito, pero ni siquiera has comprendido que significa eso.
Si pudiera elegir, pediría que terminase todo ya. Que me estropeases del todo, que acabaras tu trabajo. Porque incluso si te vas, si me voy yo, el miedo seguirá ahí. Toda la fragilidad, el dolor, la inseguridad. Tu marca estará grabada por toda mi piel y así no podrá tocarme nunca nadie sin que, al hacerlo, me duelan las cicatrices. Justo igual que ahora. No cambiaría nada.
Si pudiera elegir, elegiría no ser yo, terminar con todo, evaporarme, dejar de funcionar.

sábado, 30 de abril de 2016

Contigo no era ni uno ni dos, era ninguno, una nada vacía.

Y en vez de, después de todo, ser tú un extraño en mi vida, soy yo la que se ha convertido en una extraña. No me conozco, no me reconozco.

jueves, 25 de febrero de 2016

Lluvia

Ella se llamaba lluvia. No es verdad, tenía un nombre común y mundano, pero en su alma el nombre que llevaba escrito era lluvia. Tenía un paso vacilante, jamás sonreía por la calle, ni miraba a nadie a la cara, con la vista siempre puesta en el suelo. Andaba rápido para llegar pronto a su destino, y no porque tuviera prisa, sino porque quería pasar el menor tiempo posible con la gente. Digamos que a ella no le gustaba la calle, ni la gente, ni los desplazamientos. Pero todo esto se desvanecía en un día lluvioso. Cuando llovía, ella se transformaba. La lluvia significaba paz, libertad, seguridad. Cuando llovía, su paso era seguro y la sonrisa no abandonaba su rostro. Sólo miraba al cielo en los días lluviosos, con los ojos brillantes. Su caminar era lento y le gustaba pararse sin razón aparente, sólo para alargar aquella sensación que le invadía cuando la lluvia caía sobre ella. Toda ella brillaba, llena de pequeñas gotas que eran como diamantes en su rostro y cabello. Y se reía, en medio de la calle, mirando divertida como la gente apresuraba el paso, se cubría la cabeza con lo primero que encontrasen, huían de la lluvia. Ellos no lo entendían, no podían sentir la magia, pero ella sí.

Ella era lluvia y sólo era posible verla en aquellos lluviosos y grises días.

martes, 15 de diciembre de 2015

Quiéreme.

A veces me gustaría desaparecer. Desaparecer yo antes de que me hagas desaparecer tú. Me gustaría entenderte, saber por qué.
Quiero que me embauques, que me digas que todo va a ser igual que antes, que me hagas sentir segura. Quiero que me quieras. Sin más. En realidad es sólo eso: quiéreme. Quiéreme en mis momentos depresivos donde el mundo lo veo a través de un filtro oscuro y manchado por el desánimo. Quiéreme cuando esté radiante de alegría y me sienta capaz de comerme el mundo. Quiéreme en mis silencios y en mis suspiros. Quiéreme en las madrugadas en las que descubramos nuevos mundos. Quiéreme sin querer, sin darte cuenta, pero no me quieras sin ganas. Quiéreme siempre, porque yo lo hago. Cuando me gritas, cuando me haces sentir por debajo, cuando me ahogas. Aun ahí te quiero. Cuando a tus ojos soy una más, cuando piensas que hemos perdido la conexión, cuando te olvidas de quién soy. También te quiero en esos momentos. Incluso cuando te odio, te sigo queriendo.

Te echo de menos.
Y sí, ya sé que estás aquí,
pero aun así te echo de menos.