jueves, 25 de febrero de 2016

Lluvia

Ella se llamaba lluvia. No es verdad, tenía un nombre común y mundano, pero en su alma el nombre que llevaba escrito era lluvia. Tenía un paso vacilante, jamás sonreía por la calle, ni miraba a nadie a la cara, con la vista siempre puesta en el suelo. Andaba rápido para llegar pronto a su destino, y no porque tuviera prisa, sino porque quería pasar el menor tiempo posible con la gente. Digamos que a ella no le gustaba la calle, ni la gente, ni los desplazamientos. Pero todo esto se desvanecía en un día lluvioso. Cuando llovía, ella se transformaba. La lluvia significaba paz, libertad, seguridad. Cuando llovía, su paso era seguro y la sonrisa no abandonaba su rostro. Sólo miraba al cielo en los días lluviosos, con los ojos brillantes. Su caminar era lento y le gustaba pararse sin razón aparente, sólo para alargar aquella sensación que le invadía cuando la lluvia caía sobre ella. Toda ella brillaba, llena de pequeñas gotas que eran como diamantes en su rostro y cabello. Y se reía, en medio de la calle, mirando divertida como la gente apresuraba el paso, se cubría la cabeza con lo primero que encontrasen, huían de la lluvia. Ellos no lo entendían, no podían sentir la magia, pero ella sí.

Ella era lluvia y sólo era posible verla en aquellos lluviosos y grises días.