miércoles, 24 de diciembre de 2014

Olvido

Me gustaría perdurar eternamente. No vivir, eso no, perdurar.
Me gustaría que mis huellas no se borraran jamás de la arena, que la lluvia no cubriera mis pasos.
Me gustaría dejar algo detrás, para que me recordasen incluso los que no me conocieron.
Y me gustaría, sobre todo, abandonar este mundo sin ningún arrepentimiento.
Me gustaría morir sabiendo que viví, que amé, que hice todo lo que quise hacer, que dejé mi marca, que estuve aquí.
Me gustaría pensar que no desaproveché ni un solo día hasta que morí. Que alguien lloró por mí, que dejé mi huella en alguien.
Eso es.
Me gustaría marcar la diferencia. Me gustaría dar lo mejor de mí en todo lo que hago.
Llenar a alguien de felicidad.
Hacer este mundo un poco mejor, al menos para alguien.
Me gustaría que me recordasen y que nunca cayera en el olvido.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Reflejo

Eres un muro impenetrable. Duro, oscuro, resistente. De esos que por mucho que golpees no derribas jamás. Y no sólo eso. Estás recubierto de pinchos puntiagudos que alejan a todo el que intente acercarse.
Eres una nada blanca y deslumbrante. No se puede apreciar ningún sentimiento en ti, como si estuvieras vacía. No dejas que nada te traspase, no dejas que se note lo que piensas. No, eso jamás, sería una de las cosas más imperdonables que podrías hacer, mostrarte tal y como eres, hacerte vulnerable. No, nunca, qué horror.
Creo que me he dado cuenta de que sólo en el preciso instante en el que tus ojos se vuelven brillantes y las lágrimas están a punto de salir. Sólo cuando apartas la mirada, esquivas la realidad y aprietas los dientes. Sólo cuando te quedas en silencio, juzgándote a ti misma, deseando desaparecer. Sólo ahí es cuando puedo verte de verdad. Y no suele ocurrir a menudo, al menos no en compañía.
Y ya deberías saber que así es imposible conocerte, que no vas a llegar a ningún lado, que no te dejas ser.
Y no deberías protegerte. La defensa no es la solución aquí. Deberías aprender a atacar para los que te intentan herir y abrir las puertas al resto del mundo. Deberías dejar de esconderte y hacerte fuerte.
Deberías ser tú.

jueves, 1 de mayo de 2014

Me siento como un guisante en medio de un plato lleno de garbanzos. Verde, rara, pequeña.
Siento que los garbanzos me ahogan, absorben el agua de mi interior para ablandarse y me dejan arrugada y vacía.
Los garbanzos no hacen más que pedir, continuamente, sin dar nada a cambio, siempre exigiendo. Y yo les doy todo lo que me piden, pero siempre quieren más. Hasta que paro. Ya me he cansado de que no me devuelvan los favores. Estos garbanzos tan ingratos nunca hacen nada por mí.
Me pregunto si encontraré algún día a otro guisante como yo. Perdido, soñador, tan verde que brille por encima de todos los aburridos garbanzos. Me pregunto si para entonces yo ya estaré aplastada, sepultada bajo el peso de los garbanzos, chafada sin esperanzas y sin el verdor que me hace especial. Incluso hay veces que me pregunto si no seré yo también un garbanzo y aún no me he dado cuenta. Me pregunto si no seré uno de esos negros que se tiran al hacer cocido. El garbanzo negro de la bolsa. ¿Seré yo ese? Espero que no, porque yo quiero ser un guisante. Uno que brille, que se distinga, que sufra por ser diferente, pero que a la vez disfrute de serlo. Un guisante que no tema a nada y que se enfrente contra las burlas y el rechazo de los garbanzos. Un guisante que sea capaz de convertir en guisante a algunos garbanzos, con una mirada, con una palabra, con un beso. Yo quiero ser un garbanzo especial. Yo quiero ser un guisante.

lunes, 21 de abril de 2014

Ya no me importa.

Hay muchas formas de querer, tantas como pensamientos, y a ti te quise casi de todas esas formas. No te amé de una forma romántica, pero sí te quise tanto como para anteponerte a mí, como para que tú siempre fueras más importante. Después de todo, el amor es eso. Pero tú nunca lo sabrás. No sabes lo que el amor implica, porque en tu interior sólo hay vacío. Lo comprendo, alguien te llenó de frío y te rompió de todas las maneras posibles, pero yo no tuve la culpa. Yo sólo traté de arreglarte, pero no me dejaste. Y así te vas a quedar, sin nada por dentro, sin nadie en quien confiar.
¿Sabes qué? Ya no me importa el tiempo que pasé a tu lado y que ahora lo considero perdido, aunque crea que fue demasiado a pesar de la brevedad que nos rodeó. Breve pero intenso, siempre pensé. No me equivocaba, aunque ese intenso ahora tiene un matiz negativo. Tampoco me importan ya las noches llenas de mentiras, que fueron todas las noches que compartimos. ¿Sabes por qué no importa todo eso? Porque ya jamás volveré a mirarte de la misma forma en que lo hacía antes. De hecho, ya ni siquiera volveré a mirarte nunca. Ya sólo somos un vacío mutuo, un recuerdo, un lamento, un error.

jueves, 27 de marzo de 2014

Mírame ahora

¿Cómo puedo dejarte marchar?, ¿cómo me permito irme sin dejar rastro? He estado ahí, junto a ti, tomando todos tus suspiros, tus sollozos, tus pensamientos. Y ahora parece que nada de eso importa.
¿Cómo puedes alejarte de mí?, ¿y cómo puedo yo sentarme y simplemente ver cómo te vas? Hemos compartido tantas risas, tantas lágrimas. Nos hemos emborrachado de felicidad, hemos batido retos en querernos, hemos construido la historia de toda una vida. Y ahora, toda esa alegría, todo ese dolor, ¿a dónde han ido?
Mírame ahora, fíjate bien. ¿No te das cuenta que has dejado un hueco en mí?, ¿no te pasa a ti lo mismo? Tus fotografías han desaparecido de mi pared, tus regalos han sido desterrados al armario. Tengo la sensación que ya no me queda nada de ti, que ya ni siquiera tengo ningún recuerdo con el que poder evocar cómo era tu cara.
Mírame ahora, mientras vuelves y me sacudes de nuevo. Mírame y dime qué nos ha pasado. Me gustaría poder hacer que te dieras la vuelta y vieras lo que has dejado en mí. Tengo tantas cosas que decirte, tantas razones que darte. Y, sin embargo, te dejo marchar, una vez más.
¿Cuánto tiempo vamos a estar así?, ¿cuántas veces vas a marcharte y a romperme?, ¿y cuántas veces vas a regresar luego y a arreglarme un poquito, lo suficiente para que siga adelante?
Me da la sensación de que lo único que puedo hacer es esperarte, una y otra vez. Quedarme parada hasta que regreses de nuevo, como siempre haces. Me pregunto si tú también sentirás esto cuando escuchas nuestras canciones, o ves las películas que compartimos o los libros que comentamos. Me pregunto si me echarás de menos. Y si volverás pronto. Y si ya no te volverás a marchar. Y si aún te importo. Y si aún te quiero.
Vamos gírate y mírame. Mira mis lágrimas, son sólo tuyas. Hace mucho que ya no lloro por nadie que no seas tú. Date la vuelta y mírame ahora.

martes, 25 de febrero de 2014

El final, nuestro final.

A veces, algunas noches son tan frías que me congelo con sólo recordarte. A veces, hay días en el que el sol se vuelve tan atroz que siento que mis ojos se están secando para siempre y ya no podré derramar ni una sola lágrima que no se convierta en polvo segundos después. Y quizás sea así, porque ya no he vuelto a llorar desde el día en el que te fuiste. No sé por qué lo hiciste, ni en qué momento decidiste hacerlo, ni siquiera sé si algún día lo supe. He borrado todo recuerdo relacionado contigo, todo lo que tuvimos, todo lo que fuimos, ya no existe.
Siempre yo, siempre mi culpa. Yo egoísta, yo fría, yo prudente, yo vacía, pero yo leal. Y tú, siempre en la máxima perfección. Tú sentimental, tú con toda esa luz y esa energía, tú fuerte, pero, al final, tú desleal.
Hubo momentos dorados, instantes de felicidad absoluta en los que hice cosas que no volveré a hacer jamás pero que en aquel momento parecían estar bien. Hubo noches de conversaciones interminables, de miradas, de complicidad.
Hubo mentiras, palabras huecas y reproches escondidos. Hubo conversaciones dedicadas expresamente a herirme y, a causa de esto, hubo susurros por mi parte dedicados expresamente a hacer más daño aún y más profundo si cabe.
Hubo horas que duraron días. Competiciones vedadas en las que intentábamos quedar por encima. Odio, resentimiento y veneno que terminó por estallar.
Me ha costado, no voy a negarlo. No es fácil borrarlo todo. Todos esos días que compartimos, todas las mentiras (que en su momento parecían verdad) que me dijiste, toda la alegría que nos unía, todos esos gestos que nos hacían mejorar. Pero era necesario, había que eliminarlo todo, porque me desgarraba cada vez que pensaba que todo era mentira e irreal.
Lo único que no puedo borrar es aquel día, el último en el que nos vimos. Yo ya sabía que algo iba mal. No hubo sonrisas, no hubo bromas, no hubo abrazos. Aunque sí hubo reproches no pronunciados, decepción y cantidades ingentes de distancia. Mis ojos estaban empañados y no fui capaz de verte, no fui capaz de comprender. El frío se había anclado en tu interior y me lo contagiaste con sólo una mirada. Creo que aquella fue la peor forma de soledad que existe. Tener una persona que te importa a tu lado y sentir que ya no está contigo. Al principio no te odié, sólo podía sentir confusión. Después sí lo hice. Te odié tanto que pensé que ibas a desintegrarte en ese instante, te odié tanto que no podía escuchar tu nombre sin desearte la tortura más cruel. Después simplemente me diste igual. La indiferencia la llevé peor que el odio. Ya no me afectaba tu ausencia, es más, la agradecía. Me puse a pensar y no encontré nada por lo que echarte de menos.
Tú y tu comportamiento absurdo, cínico, infantil y egoísta. Tú y tus ganas de darlo todo por perdido, de no tener nada en cuenta, de hacer que te despreciara hasta límites insospechados.
Yo y mis ganas de cerrarlo todo, de olvidarte de una vez, pero de verdad, de encontrar una respuesta y, simplemente, seguir adelante. Y la obtuve, no gracias a ti, claro, al menos no directamente. Fue más lo que no dijiste que lo que dijiste. Pronunciaste palabras vanas, absurdas y vacías que en ningún momento creí. Pero te callaste tantas cosas, te escondiste tras tantos maniquíes que supe la razón. Y me quedé tranquila. Y te dejé atrás.
Jugaste a hacerme daño, pero perdiste. Y sé que lo hiciste a sabiendas de que estabas perdiendo, sé que podrías haber dicho muchas otras cosas. Y de ahí me di cuenta que no eras tú, sino otros hablando por tu boca. Porque si no fue así, la otra opción que me queda es que no me conocías en absoluto, que no tenías ni idea de quién soy yo. Y esto también es plausible, porque yo nunca me dejé ver. De alguna forma, no me preguntes cómo, siempre supe que terminarías haciendo algo así. Siempre pensé, desde nuestro principio, que el final estaba cerca. Puedes llamarme desconfiada, de hecho ya lo hiciste, pero no me equivocaba. Yo lo sabía, me bastó con mirarte a los ojos, me bastó con escuchar tus silencios.
Y como un moderno Atlas, sentía que tenía todo el peso de tu mundo sobre mis hombros y ahora que me lo has arrebatado me siento libre. Ahora, sin tu carga, he aprendido que hay cosas que es mejor perder. Hay momentos que te hacen más fuerte y te enseñan que jamás debes desperdiciar el tiempo con algo así. Y ahora, de verdad, te dejo ir. Ya no eres nada, ya no existes, ya has desaparecido…

domingo, 5 de enero de 2014

Lo normal en una chica ilógica, contradictoria, impulsiva y absurda como yo, sería salir a la calle, ignorar la lluvia e ir hasta tu casa. Incluso sabiendo que no debería hacerlo, me pondría frente a ti para decirte todo lo que se me pase en ese momento por la cabeza. Incoherencias, reproches, esperanzas. Te diría lo mucho que te odio ahora mismo por abandonarme poco a poco y sustituirme hasta que ya no soy nadie en tu vida. También te gritaría que aún me odio yo más por no poder dejar de quererte, incluso cuando me has hecho sentir invisible y un segundo plato maravilloso, o tercero o incluso cuarto. Hablaría sin parar, sólo para intentar calmar la opresión que siento en los pulmones y el dolor punzante de mi cabeza. Hablaría incluso sabiendo que no estás escuchando, que no serviría de nada. Hablaría por mí, no por ti. Haría lo que no he hecho nunca. Decirte lo que pienso realmente, no callarme por miedo a herirte, soltarlo todo sin importarme tu reacción.
Pero no lo hago.
Ya he avisado de que soy completamente incoherente.
Me freno.
Me callo.
Y espero.
Espero a que pase esta mala racha, a que te des cuenta, a que todo vuelva a ser como antes.
Aunque sé que no sirve de nada.
Porque, después de todo, la distancia es sólo distancia y para lo único que sirve es para alejarse.
No va a servir de nada que pase más tiempo, no vas a cambiar.
Pero sigo sin decirte nada.
Y, poco a poco, voy desapareciendo. De vuelta al lugar del que nunca debí salir.