martes, 25 de febrero de 2014

El final, nuestro final.

A veces, algunas noches son tan frías que me congelo con sólo recordarte. A veces, hay días en el que el sol se vuelve tan atroz que siento que mis ojos se están secando para siempre y ya no podré derramar ni una sola lágrima que no se convierta en polvo segundos después. Y quizás sea así, porque ya no he vuelto a llorar desde el día en el que te fuiste. No sé por qué lo hiciste, ni en qué momento decidiste hacerlo, ni siquiera sé si algún día lo supe. He borrado todo recuerdo relacionado contigo, todo lo que tuvimos, todo lo que fuimos, ya no existe.
Siempre yo, siempre mi culpa. Yo egoísta, yo fría, yo prudente, yo vacía, pero yo leal. Y tú, siempre en la máxima perfección. Tú sentimental, tú con toda esa luz y esa energía, tú fuerte, pero, al final, tú desleal.
Hubo momentos dorados, instantes de felicidad absoluta en los que hice cosas que no volveré a hacer jamás pero que en aquel momento parecían estar bien. Hubo noches de conversaciones interminables, de miradas, de complicidad.
Hubo mentiras, palabras huecas y reproches escondidos. Hubo conversaciones dedicadas expresamente a herirme y, a causa de esto, hubo susurros por mi parte dedicados expresamente a hacer más daño aún y más profundo si cabe.
Hubo horas que duraron días. Competiciones vedadas en las que intentábamos quedar por encima. Odio, resentimiento y veneno que terminó por estallar.
Me ha costado, no voy a negarlo. No es fácil borrarlo todo. Todos esos días que compartimos, todas las mentiras (que en su momento parecían verdad) que me dijiste, toda la alegría que nos unía, todos esos gestos que nos hacían mejorar. Pero era necesario, había que eliminarlo todo, porque me desgarraba cada vez que pensaba que todo era mentira e irreal.
Lo único que no puedo borrar es aquel día, el último en el que nos vimos. Yo ya sabía que algo iba mal. No hubo sonrisas, no hubo bromas, no hubo abrazos. Aunque sí hubo reproches no pronunciados, decepción y cantidades ingentes de distancia. Mis ojos estaban empañados y no fui capaz de verte, no fui capaz de comprender. El frío se había anclado en tu interior y me lo contagiaste con sólo una mirada. Creo que aquella fue la peor forma de soledad que existe. Tener una persona que te importa a tu lado y sentir que ya no está contigo. Al principio no te odié, sólo podía sentir confusión. Después sí lo hice. Te odié tanto que pensé que ibas a desintegrarte en ese instante, te odié tanto que no podía escuchar tu nombre sin desearte la tortura más cruel. Después simplemente me diste igual. La indiferencia la llevé peor que el odio. Ya no me afectaba tu ausencia, es más, la agradecía. Me puse a pensar y no encontré nada por lo que echarte de menos.
Tú y tu comportamiento absurdo, cínico, infantil y egoísta. Tú y tus ganas de darlo todo por perdido, de no tener nada en cuenta, de hacer que te despreciara hasta límites insospechados.
Yo y mis ganas de cerrarlo todo, de olvidarte de una vez, pero de verdad, de encontrar una respuesta y, simplemente, seguir adelante. Y la obtuve, no gracias a ti, claro, al menos no directamente. Fue más lo que no dijiste que lo que dijiste. Pronunciaste palabras vanas, absurdas y vacías que en ningún momento creí. Pero te callaste tantas cosas, te escondiste tras tantos maniquíes que supe la razón. Y me quedé tranquila. Y te dejé atrás.
Jugaste a hacerme daño, pero perdiste. Y sé que lo hiciste a sabiendas de que estabas perdiendo, sé que podrías haber dicho muchas otras cosas. Y de ahí me di cuenta que no eras tú, sino otros hablando por tu boca. Porque si no fue así, la otra opción que me queda es que no me conocías en absoluto, que no tenías ni idea de quién soy yo. Y esto también es plausible, porque yo nunca me dejé ver. De alguna forma, no me preguntes cómo, siempre supe que terminarías haciendo algo así. Siempre pensé, desde nuestro principio, que el final estaba cerca. Puedes llamarme desconfiada, de hecho ya lo hiciste, pero no me equivocaba. Yo lo sabía, me bastó con mirarte a los ojos, me bastó con escuchar tus silencios.
Y como un moderno Atlas, sentía que tenía todo el peso de tu mundo sobre mis hombros y ahora que me lo has arrebatado me siento libre. Ahora, sin tu carga, he aprendido que hay cosas que es mejor perder. Hay momentos que te hacen más fuerte y te enseñan que jamás debes desperdiciar el tiempo con algo así. Y ahora, de verdad, te dejo ir. Ya no eres nada, ya no existes, ya has desaparecido…

No hay comentarios:

Publicar un comentario