jueves, 1 de mayo de 2014

Me siento como un guisante en medio de un plato lleno de garbanzos. Verde, rara, pequeña.
Siento que los garbanzos me ahogan, absorben el agua de mi interior para ablandarse y me dejan arrugada y vacía.
Los garbanzos no hacen más que pedir, continuamente, sin dar nada a cambio, siempre exigiendo. Y yo les doy todo lo que me piden, pero siempre quieren más. Hasta que paro. Ya me he cansado de que no me devuelvan los favores. Estos garbanzos tan ingratos nunca hacen nada por mí.
Me pregunto si encontraré algún día a otro guisante como yo. Perdido, soñador, tan verde que brille por encima de todos los aburridos garbanzos. Me pregunto si para entonces yo ya estaré aplastada, sepultada bajo el peso de los garbanzos, chafada sin esperanzas y sin el verdor que me hace especial. Incluso hay veces que me pregunto si no seré yo también un garbanzo y aún no me he dado cuenta. Me pregunto si no seré uno de esos negros que se tiran al hacer cocido. El garbanzo negro de la bolsa. ¿Seré yo ese? Espero que no, porque yo quiero ser un guisante. Uno que brille, que se distinga, que sufra por ser diferente, pero que a la vez disfrute de serlo. Un guisante que no tema a nada y que se enfrente contra las burlas y el rechazo de los garbanzos. Un guisante que sea capaz de convertir en guisante a algunos garbanzos, con una mirada, con una palabra, con un beso. Yo quiero ser un garbanzo especial. Yo quiero ser un guisante.

1 comentario: