jueves, 20 de noviembre de 2014

Reflejo

Eres un muro impenetrable. Duro, oscuro, resistente. De esos que por mucho que golpees no derribas jamás. Y no sólo eso. Estás recubierto de pinchos puntiagudos que alejan a todo el que intente acercarse.
Eres una nada blanca y deslumbrante. No se puede apreciar ningún sentimiento en ti, como si estuvieras vacía. No dejas que nada te traspase, no dejas que se note lo que piensas. No, eso jamás, sería una de las cosas más imperdonables que podrías hacer, mostrarte tal y como eres, hacerte vulnerable. No, nunca, qué horror.
Creo que me he dado cuenta de que sólo en el preciso instante en el que tus ojos se vuelven brillantes y las lágrimas están a punto de salir. Sólo cuando apartas la mirada, esquivas la realidad y aprietas los dientes. Sólo cuando te quedas en silencio, juzgándote a ti misma, deseando desaparecer. Sólo ahí es cuando puedo verte de verdad. Y no suele ocurrir a menudo, al menos no en compañía.
Y ya deberías saber que así es imposible conocerte, que no vas a llegar a ningún lado, que no te dejas ser.
Y no deberías protegerte. La defensa no es la solución aquí. Deberías aprender a atacar para los que te intentan herir y abrir las puertas al resto del mundo. Deberías dejar de esconderte y hacerte fuerte.
Deberías ser tú.

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