Te miro. Me paralizo.
Lo único que sabía hacer hasta ahora era esconder un
secreto, fingir, mentir, esconderme. Y, de pronto, me he dado cuenta de que estoy
tan cansada de todo eso, cansada de no confiar, de no creer.
Y entonces….
Me pregunto qué pasará si me acerco lo suficientemente a ti,
si al final te dejo verme… Me pregunto si me querrás a tu lado, si no huirás,
si no te asustaré. Me pregunto si me querrás, incluso cuando descubras que no
tengo nada que entregar, que estoy completamente vacía.
Y todavía me lo sigo preguntando, porque no dije nada. Seguí
con mi máscara puesta, no te dejé ver.
Y fui feliz durante un tiempo, pero cada vez más
frecuentemente me invadía la sensación de que tú no estabas conmigo, que no me
querías a mí. Tú estabas con el papel que yo interpretaba y, llegados a un
punto, eso no fue suficiente. Tú no sabías nada, pero a mí eso me estaba
matando.
Y entonces, con dos palabras, dos míseras, austeras y
cobardes palabras, conseguí trastocar el tiempo y volverlo todo del revés. Trasformé
el día en noche y la primavera en invierno. Y tú y yo estamos condenados a morir de frío porque no
me atreví a dejar que me aceptaras.
Y ahora, después de que el frío nos haya hecho insensibles y
los milenios hayan pasado sobre nosotros, ahora me pregunto qué pasaría si volviésemos
a vernos. Y, por unos instantes, me pregunto qué ocurriría si yo pudiera verme
con tus ojos. Me tendría cara a cara, sería tú, sentiría lo que tú sientes y
sabría lo que estás pensando. Quizás así, sólo así, me atrevería a confesártelo
todo, a quitarme mi armadura, a derribar mis murallas y a mostrarme como soy.
Pero
eso es imposible, eso no va a pasar. Porque tú eres tú y yo soy yo y jamás
sabremos cómo es verse con los ojos del otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario