sábado, 28 de marzo de 2015

Dos palabras: se acabó.

Te miro. Me paralizo.
Lo único que sabía hacer hasta ahora era esconder un secreto, fingir, mentir, esconderme. Y, de pronto, me he dado cuenta de que estoy tan cansada de todo eso, cansada de no confiar, de no creer.
Y entonces….
Me pregunto qué pasará si me acerco lo suficientemente a ti, si al final te dejo verme… Me pregunto si me querrás a tu lado, si no huirás, si no te asustaré. Me pregunto si me querrás, incluso cuando descubras que no tengo nada que entregar, que estoy completamente vacía.
Y todavía me lo sigo preguntando, porque no dije nada. Seguí con mi máscara puesta, no te dejé ver.
Y fui feliz durante un tiempo, pero cada vez más frecuentemente me invadía la sensación de que tú no estabas conmigo, que no me querías a mí. Tú estabas con el papel que yo interpretaba y, llegados a un punto, eso no fue suficiente. Tú no sabías nada, pero a mí eso me estaba matando.
Y entonces, con dos palabras, dos míseras, austeras y cobardes palabras, conseguí trastocar el tiempo y volverlo todo del revés. Trasformé el día en noche y la primavera en invierno. Y tú y yo estamos condenados a morir de frío porque no me atreví a dejar que me aceptaras.


Y ahora, después de que el frío nos haya hecho insensibles y los milenios hayan pasado sobre nosotros, ahora me pregunto qué pasaría si volviésemos a vernos. Y, por unos instantes, me pregunto qué ocurriría si yo pudiera verme con tus ojos. Me tendría cara a cara, sería tú, sentiría lo que tú sientes y sabría lo que estás pensando. Quizás así, sólo así, me atrevería a confesártelo todo, a quitarme mi armadura, a derribar mis murallas y a mostrarme como soy. 
Pero eso es imposible, eso no va a pasar. Porque tú eres tú y yo soy yo y jamás sabremos cómo es verse con los ojos del otro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario